martes, 30 de septiembre de 2008

Presentación de "La Mula Coja"

«Lo bueno, si breve, dos veces bueno», como dijo Baltasar Gracián. Apliquemos este sabio principio a nuestra presentación. La Mula Coja es un grupo de senderismo, con sede en la Villa de Leganés (Madrid).


Estas pocas palabras nos sirven para cumplir con Gracián, pero ahora demos gusto a nuestros lectores con algo más.


El animal llamado mula es un híbrido de burro y yegua o de caballo y burra. Tradicionalmente la mula ha sido un animal de carga, fuerte y terco. Cuando decimos de alguien que «está como un mulo», resaltamos su enorme fuerza física. Si decimos que «es terco como una mula», hacemos hincapié en un carácter tozudo y complicado, que no cambia de opinión aunque sea evidente que está equivocado. La mula nunca ha sido un animal aristocrático, como un corcel o un fox terrier, más bien está en el escalafón más bajo del reino de los mamíferos, aunque no tan bajo como el burro. Sin embargo la mula tiene en su contra el ser estéril, depende de otras especies para sobrevivir y jamás oiremos que se la exalta por su potencia sexual, cosa que no ocurre con el burro. Piénsese en la expresión: «Fulano, cuando ve a su novia, se pone burro». Nunca se dirá que «se pone mulo».


Toda esta digresión sirve para hacer notar algunas características de La Mula Coja y los orígenes de su nombre. Lo que nosotros tenemos de mula queda en parte disminuido por el hecho de la cojera. Veamos. Como la mula, somos resistentes y no nos desanimamos, pero nuestro paso es a trancas y barrancas. Un cojo, si es constante, puede llegar muy lejos, tan lejos como uno completamente sano, siempre que no desfallezca y no abandone. Llegará más tarde, pero llegará, que es lo importante. Eso es lo que nos pasa a nosotros. Por otro lado, nuestros orígenes son humildes, nadie viene de casta de reyes o de duques, como la mula. Nuestra grandeza está en el corazón, en el buen humor de todos nosotros y en nuestro espíritu de solidaridad. Como le ocurre a la mula, la buena fama no nos viene heredada, la hemos conseguido con el buen hacer y la buena convivencia. Nuestras hazañas hablan por nosotros.


La Mula Coja está integrada por personas de todas las edades, profesiones, aficiones y procedencias. Caminamos juntos desde niños de parvulario hasta abuelas y abuelos con biznietos. Las salidas son de un solo día, de momento. Partimos a las nueve de Leganés y en una hora de camino, más o menos, nos plantamos en el lugar de la Sierra de Madrid que vamos a visitar. Hacia las seis de la tarde, si nada ni nadie nos lo impide, estamos de vuelta en el aparcamiento. Tomamos un café o una coca cola y volvemos a casa, con la misión cumplida. Durante la ruta no faltan paradas para comer, beber y descansar. Suele acompañarnos una bota de vino, que es el agua sagrada de los caminantes, fuente de ánimo y de alegría, estímulo de la palabra y acicate de la risa relajada.


Deseamos que este blog sea útil a otros caminantes. Nosotros leemos a otros blogueros, y nos son de gran ayuda para nuestras andanzas. Nunca llegaremos al Everest, pero no hace falta llegar tan alto y tan “caro” para ser un buen senderista. Amigos, animaos a disfrutar de la Naturaleza, con el respeto y cariño que se merece.


Únicamente queremos advertir a los lectores que tengan cuidado con dos sujetos que aparecerán por estas páginas: El Tío del Mapa y El Cronista. Es inevitable la existencia de garbanzos negros o de callos en las plantas de los pies. Nosotros los soportamos con la paciencia de una mula. Ya os daréis cuenta del porqué y sentiréis pena por el resto del grupo. Acercaos a ellos con prudencia, porque estos tipos sí que dan coces.


Gracias por visitarnos y no dudéis en enriquecer este blog con vuestras aportaciones. Todas serán bien recibidas.

La Mula Coja.

sábado, 27 de septiembre de 2008

LMC - 10 Edición

CRONICAS DE LA MULA COJA

Ha sido largo el periodo en el que La Mula Coja ha estado descansando en la cuadra, inactiva. Cogemos la pluma para narrar sus andanzas en este curso que comienza también para ella. Posiblemente el año debería iniciarse en otoño, cuando la vida vieja cae gravemente como las hojas de los árboles, y la nueva vida empieza a gestarse en el frío del invierno.


La primera salida ha tenido como punto de partida el Puerto de Navacerrada, donde los coches de los excursionistas se aparcan sin dificultad. A las 9 h. hemos arrancado de Leganés en dos carromatos (una berlingo y un picasso). A las 10,15 h. poníamos en movimiento pies y piernas. Inocentes ellos, no sabían que regresarían al punto de partida en medio de una noche cerrada, a las 21 h. pasadas.


Éstos son los nombres de los excursionistas: Juan Carlos, Rosi, Pablo, Paula, Nano, Adrián, Teresa B., Teresa C., Carlos Jr. y Carlos. No mencionamos a los ausentes que, por causas justificadas, no pudieron acudir al relincho de La Mula Coja.


Tomamos el Camino Schmid con intención de llegar a la Fuenfría. Con alegría caminábamos en las primeras horas, con un tiempo algo frío y brumoso, pero sin amenaza de lluvia. El primer tentempié fue hacia las 11,45 h. Le habían precedido abundantes quejas de hambre y peticiones de comida. Fue breve pero reparador. Con la tripa llena no tardamos en llegar a la Fuenfría.


En la Fuenfría encontramos a numerosos ciclistas charlando. Por lo visto este lugar marca para muchos el final de una etapa de montaña que comienza en Cercedilla. Sin demorarnos, continuamos por una pista ancha y cómoda, construida, según informaba Juan Carlos, en tiempos de la República. No aclaró si fue durante la primera o la segunda República. Pasamos el Mirador de la Reina y seguimos cuesta abajo (la inclinación es suave), hasta el Reloj de Cela. En este tramo nos pasaron dos ciclistas que volaban hacia abajo, con gran peligro para los peatones y para otros ciclistas más civilizados que ellos. Con mucha razón, un excursionista de otro grupo gritó: ¡Cabrones! En la Mula Coja estuvimos muy de acuerdo con el adjetivo, incluso añadimos otros, todos ellos en la misma línea.


En el Reloj de Cela nos dieron las 13,30 h., y ya habíamos sobrepasado los diez kilómetros. Con un palo intentamos saber la hora, intuyendo el «mecanismo» del reloj de sol que hay construido en el suelo. Tuvimos que suponer la dirección del sol, porque en esos momentos el cielo estaba nublado. Al marcharnos de allí vimos las instrucciones del reloj grabadas en una roca, pero el ejercicio de deducción ya estaba hecho.


Un kilómetro y medio más adelante dimos con el Mirador de Vicente Aleixandre, poeta de la Generación del 27 y Premio Nobel de Literatura. Un poco más adelante estaba el Mirador de Luis Rosales, poeta contemporáneo y amigo de Federico García Lorca. En las rocas aledañas pudimos leer estrofas de estos poetas y de otros, como Antonio Machado y L. Panero. La vista desde allí se extiende por todo el valle de Cercedilla y alcanza la silueta del embalse de Valmayor, uno de los más grandes de la Comunidad de Madrid y una de las principales fuentes del Canal de Isabel II, que en estos días está a punto de ser expoliado al pueblo para ser privatizado. «Espe-remos» que el buen sentido se imponga y dicha barrabasada se pare.


Corría en los miradores un biruji frío y desagradable, y decidimos volver al Reloj de Cela, donde nos sentamos, como un clan del Paleolítico, a comer. El personal devoró sus bocatas, galletas y frutas con mucho apetito y deleite. Los adultos ayudamos la ingesta con un vino clarete, donado por Nano, que nos ayudó a hacer bien la digestión, a decir algunos chascarrillos y a entrar algo en calor. Bien es cierto que un rato antes el sol había comenzado a lucir y que no nos abandonó hasta que la oscuridad de la noche lo mandó a la cama.


En la sobremesa el encargado del mapa lo miró –Oh ninfas de los bosques madrileños, ¿dónde estabais?-, y se lo enseñó al insensato del Cronista (el que escribe estas líneas). Se veía muy clarito en aquel trozo de papel un camino alternativo para regresar a Navacerrada, el camino del un tal Enrique Herreros, de triste memoria para la Mula Coja por los siglos de los siglos. Nos pareció oportuno buscar nuevas «rutas», como hicieron los hermanos Pinzones cuando fueron a Calcuta años ha.


A las 3,15 h. el grupo se dirigió al inicio de dicho camino, donde un enorme grabado de madera alaba las bondades del camino y del susodicho Herreros, al que llega a calificar de «buena persona». Con el rabo entre las patas, a las 5,30 h. volvíamos al maldito cartel, después de subir más de media montaña y de tener que abandonar el intento, porque era imposible, pasados unos kilómetros, encontrar el paso de montaña que nos condujera a Navacerrada. Tomamos alimento y, con menos fuerzas y los pies más doloridos, decidimos volver por donde habíamos venido. No quedó muy calor inter nos quién era más miserable, si el amigo Herreros o si los autores del puñetero cartel. Debieron de pensar lo mismo un par de grupos de excursionistas perdidos que encontramos por aquel extraño paraje. Uno de estos grupos, de gente joven de unos veinte años, siguió montaña arriba. Supusimos que cruzarían la montaña a gatas, ayudándose de uñas y dientes. No volvimos a verlos (R.I.P.).


Siguiente parada: en la fuente donde desemboca la bajada del Camino Schmid desde el Collado Ventoso hasta la carretera de la República. Y aquí comenzó de nuevo «lo bueno». No quiero mencionar las quejas y los llantos manifestados por el personal menudo, con toda la razón del mundo, dicho sea de paso. Arrancamos con la luz del oeste cada vez más baja.


Sin mucha demora alcanzamos por segunda vez en el día la Fuenfría y nos metimos en el camino Schmid en sentido contrario al de la mañana. ¡Qué largo se hace cuando uno va perjudicado! ¡Y más largo, diríamos que eterno, cuando uno esta «muy» perjudicado! Reloj en mano la noche amenazaba. Se hizo una porra sobre la hora de finalización de la excursión: el punto de referencia sería el remonte que hay junto a un hotel de los años cincuenta o sesenta, con pinta de seminario diocesano o de noviciado benedictino. Las hora que se barajaron fueron: 8,00 h., 8,15 h. y pasadas las 8,30 h. Por desgracia, ésta última se llevó la palma.


En el Camino Schmid La Mula Coja se dividió en tres grupos, a cual con más dolores y congojas: el delantero (las dos Teresas, Carlos Jr., Nano y Adrián; el intermedio (P & P y el Cronista); el zaguero (los padres de P & P). En el grupo delantero, Teresa B. iba aquejada de un tremendo tirón en el gemelo izquierdo y Adrián tenía un dolor de cuerpo y alma muy considerable. En el grupo intermedio, el Cronista, en medio de la zozobra de la noche inminente, pasó un rato agradable, tierno y casi literario con P & P. En el grupo zaguero, sólo los dioses y el matrimonio Gallego Barceló saben lo que allí se padeció y se dijo. Este Cronista prefiere ignorarlo; si quieren, que lo cuenten ellos.


En opinión de P & P su situación era la de Hansel y Gretel, perdidos en el bosque con un «buen amigo» (vg. el Cronista). Pablo en un momento dado lloró por la suerte de sus progenitores. El Cronista intentaba consolarle, pero tenía también el zurullo en el cuerpo por el mismo motivo. La noche avanzaba rápido, como un lobo a punto de cazar a su presa. Menos mal que por fin vimos las luces del Hotel-Seminario; entonces supimos que allí estaba nuestro destino, como cuando Pulgarcito y sus hermanos vieron la luz de la casa del ogro en la lejanía. También nos acordamos de los sinsabores de Frodo Bolsón y la Comunidad del Anillo por las inhóspitas sierras de la Tierra Media.


Cuando alcanzamos la meta, nos sentamos los tres a esperar al matrimonio Gallego Barceló. Un poco antes habían bajado a buscarles Nano y Carlos Jr. que se temían lo que todos. P & P y el menda respiramos tranquilos cuando oímos sus voces. Cuando les vieron, P & P se abrazaron a sus padres, como si hubieran regresado de allende la Laguna Estigia.


Mientras bajábamos al aparcamiento, Teresa B. nos telefoneó para decirnos que estaban cerrando los bares (no me extraña, ya estábamos en la hora de las alimañas nocturnas) y que ella, Teresa C. y Adrián estaban ateridos de frío. Y el santo de Nano me pidió la llave de Josefina (i.e. la berlingo) y corrió en su auxilio.


Por fin, reunidos todos en el aparcamiento decidimos, sin la más mínima duda, regresar a la civilización, a nuestro querido Leganés. Eran las 21,15 h. A Juáncar le quedaron fuerzas para desnudarse de cintura para arriba y, pezones al viento, hacer el avioncito y otras gracietas, gritando algo que no llegué a entender.


Una hora más tarde reposábamos todos en el hogar, dulce hogar. Todo lo narrado es cierto, no es literatura, y que conste que muchas cosas se quedan en el tintero. Hay que reconocer que aprendimos una buena lección y que vivimos una aventura de las de verdad. No obstante a este Cronista le quedan fuerzas para gritar: ¡Viva La Mula Coja! Y que conste que la experiencia nos ha dado fuerzas para continuar y para comernos con patatas cada palmo de la sierra.


Por cierto, la sierra estaba preciosa.


Adiós.

El Cronista.



Aqui podeis ver la ruta realizada